Miras al cielo, como un niño
prohibido a los ojos de su madre, y no encuentras otra cosa que las estrellas
que alumbraron tu nacimiento. Olvidas que no está hecha para ti su luz y pierdes
el aliento ante su mentira, la que sólo puede resonar en tu falsa pupila fragmentada.
Duele, ¿verdad? Ahora eres capaz de ver lo que estaba reservado para nadie y
sabes que el verbo no es otra cosa que la arena dura que cubre de frío la
superficie mojada del recuerdo.
Ríes, ríes sin saber por qué,
pero ríes como caminas y como avanzas a través de este campo ardiente de
amapolas voladoras, equilibristas del sentido y malabaristas del óxido de mis
cuchillos. Te cortas y del corte nace una unión, un puente, un enlace de luz
cárnica (en la carne, sólo en la carne se puede soñar la luz) entre la lengua
de mi espalda y el grito de tu frente. Sólo así podrías dibujar un amanecer
capaz de sobrevivir al despertar del sueño, sólo así crearías una senda capaz
de guiar la fila de hormigas que quieren
gemir en tu boca, morir en tu garganta.
Vibración blasfema de sexo
inofensivo,
espejo en el que se peinan
nuestras madres,
charcos del sueño del padre,
una mujer en el recuerdo.
Y has muerto sin saber qué has
visto, atravesada tu conciencia por un arco inexplicable
[un cometa ha caído
...
y nadie sabe dónde]
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