16 de marzo de 2016

camino

¿Qué música es la que convierte un corazón desgarrado en una tierra sin sueño?
Hubo un día en que los campos Elíseos ardieron en mi espalda convirtiendo todo recuerdo en ausencia de ceniza marcada en el tiempo. Todos huyeron asustados -¿quién es el valiente necio que no huye del humo que deja tras de sí una mentira certera?-, todos huyeron perseguidos por los talones de cada uno de los niños abortados en la mesa de un Dios bastardo.
Todos huyen pero sin sentido ni dirección, sin objetivo, como corren los carneros degollados durante las mañanas de invierno ¿Cómo podemos decir que existen las mañanas de invierno? Esas mañanas sin nombre claro en el cielo, esas mañanas sin color definido por las que desfilan las hormigas -escarcha negra vacilante en su literalidad informe- que marcan el destino de todos nosotros. ¿Cómo puede existir algo incombustible en el alma del sentido? Permitimos su existencia.
La realidad se crea en la pupila fragmentada de una humanidad ebria de razón -de la sinrazón de un sentido orientado a su destrucción- ofuscada en un mismo tambaleo constante, sumida en un ritmo de orgía premeditadamente inconclusa, un ritmo mudo para que la muerte no pueda escapar por la ventana rota de la entrepierna de nuestra madre.

La realidad se crea en la pupila desgarrada de un único Dios muerto y violado, asesinado por la muchedumbre de sus múltiples sexos en contacto.

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